un asunto de gravedad
Parece más que justificada la obsesión de muchos capataces por uniformar el calzado de su cuadrilla.
Desde la lágrima desgarradora de una madre abatida o de un padre sacrificado hasta el más mínimo detalle manufacturado por un delicado ebanista o herrero, cualquier paso de Semana Santa es, en cierto modo, una expresión del peso como transición entre la Tierra y el Cielo, entre lo humano y lo divino.
Antes que explicar la lógica estructural del artilugio, un palio o un misterio reflejan una lógica emocional. Así lo percibe la mirada del niño que viaja desde un asfalto desaliñado por cáscaras de pipas hasta el rostro del Nazareno o la mirada del adulto que sortea escalón a escalón los sucesivos niveles de velas hasta alcanzar la expresión de la Virgen.
No sólo en el aclamado momento de la “levantá”, sino en cualquiera de sus estadios, el paso procesional supone, además de una sofisticada transición de la masa, una subversión en el significado del hecho gravitatorio, pues la lectura del peso pasa a ser ascendente. Este hecho otorga al peso un significado misterioso antes que físico, un significado ideal antes que real, con un nivel de trascendencia que resulta extensible a otros objetos sagrados. Baste con visualizar cualquier cáliz o pila bautismal.
Estamos pues, ante una de las mayores características de las artes: la significación. Bien sea para expresar cuestiones religiosas o simplemente humanísticas, la escultura, la pintura, la arquitectura e incluso la danza han empleado este recurso en numerosas ocasiones. Así lo demuestran, una vez más dentro del cristianismo y su Semana Santa, el ornamento con que parecen derramarse y apoyar sutilmente sobre el altar el cáliz o la pila bautismal, los pies ocultos de los costaleros tras el faldón e incluso los pies ocultos de los feligreses tras las vallas forradas (este ejemplo sólo aplicable a las plazas más privilegiadas del graderío que se extiende en algunos puntos de la procesión). No debemos olvidar que en la esencia de un penitente está el rostro tapado y puntiagudo que proporciona un capirote; esto es, lo terrestre oculto y lo celeste revelado.
Por esta razón, un paso adquiere mayor sentido cuándo es percibido entre la multitud. Los pasos, en su plenitud, están hechos para la gente y por la gente y siempre quedan algo desprotegidos cuando la ausencia de personas o los desniveles de algunos templos revelan los tobillos humanos y las deportivas que los sustentan. Parecen decirnos estos objetos escultóricos, cargados de significado, llenos de ornamento en su parte alta y más discretos en sus cotas inferiores, la importancia en el diálogo entre lo latente y lo aparente, entre lo oculto y lo revelado, que adquiere una disciplina artística a la hora de significar un asunto de gravedad.