el mar cansa, agota
El mar cansa, agota. Lo saben los pescadores, los turistas y los piratas. Lo saben los pescadores que, al volver a casa tras la faena, prefieren mirar al vecino de enfrente, que siempre cae mal. Lo saben los turistas, cuyas tumbonas bailan al son de Apolo, aunque inviertan sus ahorros en acercarse a Poseidón. Lo saben los piratas, que celebran sus mejores fiestas al llegar a Tierra, por mucho ron que haya a bordo. Y lo sabe la señora de la foto, que tanto me recuerda a Utzon en Can Lis. Ella en su silla de paja, él en la suya de enea. Una con las ideas en un libro, otro con las ideas en la cabeza. Dos factores con denominador común: la mesura frente al mar.
La moderación que aquí expongo no habla del infinito como algo malo sino estupendo. A nadie amarga un dulce, pero demasiados empalagan. Lo inagotable del agua aumenta en valor cuando se le otorga finitud, cuando se acota. Sea con abocinamientos de piedra de Marés o con sombrillas y toallas de playa, el Mediterráneo queda capturado a través de una construcción. Gracias a una contención, la acción del hombre domestica la naturaleza, la hace más amable y humana. Las ventanas de Can Lis, como el resquicio entre la primera y la segunda sombrilla de la imagen, son capaces de extender su horizonte en el pensamiento y no en la mirada. Renuncian a empaparse de ese mar sedientas de un bien mayor.
Hablamos por tanto de una contenida relación entre paisaje y artificio. Se trata de un sofisticado diálogo sobre el que ya nos advierte Ortega y Gasset en su ensayo Meditación sobre el marco. Esa actitud humilde, sencilla, tranquila y significadora es para mí la gran lección del maestro danés en su primera casa de Mallorca.
(*) este texto forma parte de una serie de escritos titulada “cartas a Alberto” que José Maldonado Felices redactó durante el Seminario “E pur si muove” dirigido por Alberto Campo Baeza del Máster de Proyectos Arquitectónicos Avanzados en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid.