la belleza objetiva

la belleza objetiva

La semana pasada en la batería de preguntas una compañera introdujo la suya afirmando que “la belleza es subjetiva”. Yo quedé escandalizado ante semejante idea y me tranquilizó tu réplica exponiendo que toda la lección dada era una justificación de lo contrario. Entonces supe cómo orientar este texto. Se trata de continuar una estrategia ya empleada por ti para definir a algunos de nuestros maestros; intentaré encontrar adjetivos que respalden la idea de objetividad atribuida a la belleza.

La belleza es polisémica.

Carvajal decía citando a Niels Bohr: “A una verdad puede oponerse otra verdad”. Existen muchas respuestas hermosas a una pregunta, pero en todas ellas es posible detectar un sentido emotivo, un peso intelectual. Si se logra juntar al menos dos contestaciones oportunas, es imposible decidirse con plena convicción por una de ellas (resulta curioso que utilicemos la palabra “fallo” para definir este acto de selección en los jurados).

La belleza es significadora.

En ella tiene más peso el sentimiento que la función. A menudo nos olvidamos de objetos que no tienen valor alguno porque sólo cumplen una función, como por ejemplo un paraguas. Sin embargo, existen otros menos “útiles” pero que sentimos propios, como una alianza. Aquel que salga de un restaurante sin su paraguas corre el riesgo de no echarlo en falta hasta que vuelvan a caer gotas del cielo, pero el casado que cierra la puerta de casa sin su anillo en el anular derecho es consciente de que le falta algo. En palabras de Luis Martínez Santa-María: “Dile al arquitecto que no está para olvidarse de contestar a las exigencias funcionales de cada cuarto, sino para contestarlas de tal modo que se olviden”. O como decía Oscar Wilde: “Dadme los lujos de la vida, que de las necesidades puedo prescindir”.

La belleza es límpida.

Ortega y Gasset decía que “la claridad es la cortesía del filósofo”. Podemos hacer esta frase extensible al acto creador, independientemente del área del conocimiento en que se trabaje. La belleza exige precisión. A menudo recuerdo para aplicarlos tus ejemplos del vaso de agua o el pollo con patatas. Esta nitidez conlleva una depuración de las ideas y una liberación de prejuicios, capacidades que suelen incrementarse con el estudio atento de las cosas. Umberto Eco apunta en su Historia de la Belleza: “El sediento que cuando encuentra una fuente se precipita a beber no contempla su belleza. Podrá hacerlo más tarde, una vez que ha aplacado su deseo”.

La belleza es personal.

Esta última idea es la más arriesgada. Podemos pensar que la belleza es personal no en términos de existencia sino de percepción y que depende de las capacidades de cada individuo encontrarla o no. Pero definir la belleza como personal es muy distinto a hacerlo como subjetiva. Se trata de entender la capacidad de percepción objetiva de cada persona. Este grado de comprensión está íntimamente ligado con el conocimiento. Por ejemplo, a nosotros nos encantan Torres Blancas porque entendemos (hemos aprendido y nos han enseñado) su heterogeneidad, su expresionismo, su habilidad geométrica, su respeto material… pero es comprensible que alguien sin este conocimiento no detecte su belleza. En otras palabras, es comprensible el “por fuera eh horrorozo, por dentro me han dicho que ehtá mejóh” del taxista granadino. Y digo que la idea es arriesgada porque basándonos en este razonamiento las cosas que entendemos como feas son sólo muestra de nuestro desconocimiento.

Estos cuatro adjetivos se suman modestamente a tus calificativos calva, cincelada, volcánica y rebelde. A ellos recurres como filtro representativo en aras de capturar la esencia de cada uno de los cuatro arquitectos. Pero quien sea mínimo conocedor de estos personajes entenderá que cualquiera de ellos encierra cada una de estas acepciones. Admitamos por tanto que la belleza es la suma de muchas respuestas, pero, por encima de todo, digamos que la belleza es objetiva.

(*) este texto forma parte de una serie de escritos titulada “cartas a Alberto” que José Maldonado Felices redactó durante el Seminario “E pur si muove” dirigido por Alberto Campo Baeza del Máster de Proyectos Arquitectónicos Avanzados en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid.

https://dpa-etsam.com/master-mpaa/

https://www.campobaeza.com/news/2020-mar-73-digital-lessons

© “La Duquesa Fea” Quentin Massys (1513).